
Lo único que sabía antes de ver Her, el nuevo largometraje de Spike Jonze, es que ya acumula una cantidad de premios abrumadora teniendo en cuenta el poco tiempo que hace que se estrenó en Estados Unidos. Empiezo a estar convencida de que es la mejor forma de abordar un film, sin haber visto ningún tráiler, ni haber leído ninguna sinopsis; ya que la mayoría de las veces desvelan el final o alguna supuesta sorpresa de la trama. Por esa razón, si aún no habéis tenido ocasión de ver la película os recomendaría que dejéis de leer estas líneas a riesgo de estropeárosla siendo spoiler…
La trama de Her se desarrolla en Los Ángeles en un futuro cercano y se centra en la relación de Theodore, el protagonista (Joaquím Phoenix), con su nuevo sistema operativo, que se autonombra Samantha. Jonze le da al film un enfoque muy realista que inevitablemente hace que el espectador reflexione sobre los cambios de conducta que se están produciendo en la sociedad actual.
El filósofo canadiense Marshall McLuhan ya vaticinaba profundos cambios sociales en nuestras culturas y ha quedado claro que la configuración social y psicológica de las personas de la era electrónica es radicalmente diferente a la del hombre tipográfico. Actualmente incluso hablamos de la revolución digital, ya que un tercio de la humanidad es internauta. La tecnología digital se desarrolló exponencialmente a partir de 1978, y aquellos nacidos después del 79 y que hemos tenido a nuestro alcance ordenadores y teléfonos móviles somos considerados nativos digitales (término acuñado por Marc Presky en su libro Inmigrantes Digitales). Los nativos digitales estamos acostumbrados a la inmediatez en la comunicación y acceso a la información que nos han brindado la aparición de Internet y sobretodo la llegada de los smartphones. Aplicaciones como Whatsapp o Viber nos acercan a personas que se encuentran al otro lado del planeta, aunque también es fácil constatar como en ocasiones estos aparatos nos distancian de aquellos con los que compartimos espacio y tiempo. Todos hemos presenciado escenas en las que varias personas comparten mesa en un establecimiento y cada uno está inmerso en su propio móvil. La tecnología avanza a nuestro favor, para ayudarnos cada vez más, sin embargo no es extraño cuestionarse sobre si estos teléfonos llamados inteligentes nos convierten a nosotros cada vez en más perezosos para recordar datos, más dispersos… justamente menos inteligentes.
Los iPhones de nueva generación evolucionan un paso más, incluyen un sistema de reconocimiento de voz llamado Siri, al que se le puede hablar pidiéndole que realice algunas de sus funciones principales. En la web de Apple se anuncia como “Siri, tus deseos son órdenes (…) Siri lo entiende todo e incluso te responde. Y es tan fácil de usar y hace tanto por ti que cada día le encontrarás nuevas utilidades”.
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En Her, Jonze ahonda en estos avances dando incluso una vuelta de tuerca más para entrar en la ciencia ficción. El sistema operativo que nos presenta en la película es capaz de aprender y adaptarse a la personalidad de cada usuario. Este “ser” está al servicio de su propietario, a cualquier hora, y es siempre complaciente. Esto provoca que las personas que lo poseen establezcan relaciones de tipo sentimental con el sistema operativo, que le tengan un cierto afecto y dependencia creciente. Lo delicado del asunto es que son relaciones que no ayudan a la persona a crecer ya que no reciben crítica por parte del otro si no únicamente alabanzas que les encierran en sí mismos. Todo ello les aparta de los demás seres humanos llegando a casos extremos como es el del protagonista, que comparte una relación amorosa con su sistema operativo. E aquí una vez más el mayor miedo frente a la máquina: el de que acabe remplazando al humano.
El terror de que la tecnología consiga reemplazarnos no es nuevo en la gran pantalla, ya ha sido muy tratado, al igual que en literatura, y aunque está muy extendido desde la industrialización, creo que las mejores fantasías al respecto son las que les otorgan consciencia y alma a las máquinas. El caso es que en ningún momento de la historia la tecnología ha avanzado tan rápidamente como en la actualidad. Los gadgets de alta tecnología que aparecen pueden ser incluso cosa del pasado antes de llegar a las tiendas. Precisamente, el impacto que personalmente me causó esta película reside en el hecho de que Samantha no parece tan distante de Siri. Me resultó una ciencia ficción incómodamente cercana a la realidad.
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En diversas escenas de la película se puede reconocer la evolución natural de situaciones que ya se nos han vuelto cotidianas en cuanto a la dependencia a nuestros aparatos móviles. Es evidente que la conectividad se ha convertido en una adicción más, muchos usuarios no pasan más de seis minutos sin mirar sus teléfonos, ya sea buscando novedades, mensajes o simplemente navegando mientras esperan.
Más allá de sumergirnos en una sociedad cada vez más individualista y solitaria como muestra el film, lo realmente alarmante son los efectos que los smartphones están teniendo en nuestras capacidades de concentración, contemplación y reflexión.
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La lectura de un artículo sobre el sujeto de las nuevas tecnologías y las nuevas patologías psicológicas que están surgiendo me resultó preocupante. En el ensayo citaban al pensador estadounidense Nicholas Carr, autor de ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Superficiales, que relata la historia de un periodista mayor de 50 años, que ha publicado diversos libros y que también escribe artículos en distintos medios. Progresivamente se va aficionando a extraer información de Internet, hasta terminar siendo la única fuente que utiliza. Deja de leer libros porque le resulta muy difícil contar con la paciencia que estos le requieren, le es complicado seguir toda la trama que transmiten. No puede esperar a que ésta se desarrolle y concluya. Se convierte en nativo digital a pesar de que por su edad le corresponde ser inmigrante digital. Lo triste es que lo que convierte al periodista en nativo digital es su incapacidad de concentración focalizada en un solo objeto.
No hemos sabido manejar la cantidad de inputs a los que nos vemos sometidos constantemente, el acceso total a la información nos está desbordando y convirtiendo en menos reflexivos y más superficiales. Un cambio en la estructura de nuestra forma de pensamiento que puede que ya no tengamos la oportunidad de frenar, pero es importante que seamos conscientes de ello, y tal vez poniendo límites a la invasión de estas tecnologías en nuestras vidas conseguiremos que no trabajen en nuestro detrimento…
Laura R. Sentís(Periodista, Comunicació a la Galeria Marlborough Barcelona)
Fotografia de portada: Eduard J. Montoya
Text: Laura R. Sentis
Correcció: Marta C.
La trama de Her se desarrolla en Los Ángeles en un futuro cercano y se centra en la relación de Theodore, el protagonista (Joaquím Phoenix), con su nuevo sistema operativo, que se autonombra Samantha. Jonze le da al film un enfoque muy realista que inevitablemente hace que el espectador reflexione sobre los cambios de conducta que se están produciendo en la sociedad actual.
El filósofo canadiense Marshall McLuhan ya vaticinaba profundos cambios sociales en nuestras culturas y ha quedado claro que la configuración social y psicológica de las personas de la era electrónica es radicalmente diferente a la del hombre tipográfico. Actualmente incluso hablamos de la revolución digital, ya que un tercio de la humanidad es internauta. La tecnología digital se desarrolló exponencialmente a partir de 1978, y aquellos nacidos después del 79 y que hemos tenido a nuestro alcance ordenadores y teléfonos móviles somos considerados nativos digitales (término acuñado por Marc Presky en su libro Inmigrantes Digitales). Los nativos digitales estamos acostumbrados a la inmediatez en la comunicación y acceso a la información que nos han brindado la aparición de Internet y sobretodo la llegada de los smartphones. Aplicaciones como Whatsapp o Viber nos acercan a personas que se encuentran al otro lado del planeta, aunque también es fácil constatar como en ocasiones estos aparatos nos distancian de aquellos con los que compartimos espacio y tiempo. Todos hemos presenciado escenas en las que varias personas comparten mesa en un establecimiento y cada uno está inmerso en su propio móvil. La tecnología avanza a nuestro favor, para ayudarnos cada vez más, sin embargo no es extraño cuestionarse sobre si estos teléfonos llamados inteligentes nos convierten a nosotros cada vez en más perezosos para recordar datos, más dispersos… justamente menos inteligentes.
Los iPhones de nueva generación evolucionan un paso más, incluyen un sistema de reconocimiento de voz llamado Siri, al que se le puede hablar pidiéndole que realice algunas de sus funciones principales. En la web de Apple se anuncia como “Siri, tus deseos son órdenes (…) Siri lo entiende todo e incluso te responde. Y es tan fácil de usar y hace tanto por ti que cada día le encontrarás nuevas utilidades”.

En Her, Jonze ahonda en estos avances dando incluso una vuelta de tuerca más para entrar en la ciencia ficción. El sistema operativo que nos presenta en la película es capaz de aprender y adaptarse a la personalidad de cada usuario. Este “ser” está al servicio de su propietario, a cualquier hora, y es siempre complaciente. Esto provoca que las personas que lo poseen establezcan relaciones de tipo sentimental con el sistema operativo, que le tengan un cierto afecto y dependencia creciente. Lo delicado del asunto es que son relaciones que no ayudan a la persona a crecer ya que no reciben crítica por parte del otro si no únicamente alabanzas que les encierran en sí mismos. Todo ello les aparta de los demás seres humanos llegando a casos extremos como es el del protagonista, que comparte una relación amorosa con su sistema operativo. E aquí una vez más el mayor miedo frente a la máquina: el de que acabe remplazando al humano.
El terror de que la tecnología consiga reemplazarnos no es nuevo en la gran pantalla, ya ha sido muy tratado, al igual que en literatura, y aunque está muy extendido desde la industrialización, creo que las mejores fantasías al respecto son las que les otorgan consciencia y alma a las máquinas. El caso es que en ningún momento de la historia la tecnología ha avanzado tan rápidamente como en la actualidad. Los gadgets de alta tecnología que aparecen pueden ser incluso cosa del pasado antes de llegar a las tiendas. Precisamente, el impacto que personalmente me causó esta película reside en el hecho de que Samantha no parece tan distante de Siri. Me resultó una ciencia ficción incómodamente cercana a la realidad.

En diversas escenas de la película se puede reconocer la evolución natural de situaciones que ya se nos han vuelto cotidianas en cuanto a la dependencia a nuestros aparatos móviles. Es evidente que la conectividad se ha convertido en una adicción más, muchos usuarios no pasan más de seis minutos sin mirar sus teléfonos, ya sea buscando novedades, mensajes o simplemente navegando mientras esperan.
Más allá de sumergirnos en una sociedad cada vez más individualista y solitaria como muestra el film, lo realmente alarmante son los efectos que los smartphones están teniendo en nuestras capacidades de concentración, contemplación y reflexión.

La lectura de un artículo sobre el sujeto de las nuevas tecnologías y las nuevas patologías psicológicas que están surgiendo me resultó preocupante. En el ensayo citaban al pensador estadounidense Nicholas Carr, autor de ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? Superficiales, que relata la historia de un periodista mayor de 50 años, que ha publicado diversos libros y que también escribe artículos en distintos medios. Progresivamente se va aficionando a extraer información de Internet, hasta terminar siendo la única fuente que utiliza. Deja de leer libros porque le resulta muy difícil contar con la paciencia que estos le requieren, le es complicado seguir toda la trama que transmiten. No puede esperar a que ésta se desarrolle y concluya. Se convierte en nativo digital a pesar de que por su edad le corresponde ser inmigrante digital. Lo triste es que lo que convierte al periodista en nativo digital es su incapacidad de concentración focalizada en un solo objeto.
No hemos sabido manejar la cantidad de inputs a los que nos vemos sometidos constantemente, el acceso total a la información nos está desbordando y convirtiendo en menos reflexivos y más superficiales. Un cambio en la estructura de nuestra forma de pensamiento que puede que ya no tengamos la oportunidad de frenar, pero es importante que seamos conscientes de ello, y tal vez poniendo límites a la invasión de estas tecnologías en nuestras vidas conseguiremos que no trabajen en nuestro detrimento…
Laura R. Sentís(Periodista, Comunicació a la Galeria Marlborough Barcelona)
Fotografia de portada: Eduard J. Montoya
Text: Laura R. Sentis
Correcció: Marta C.