
- Aquest senyor ve a matar "les cucaratxes"?
El hijo pequeño se pasea en pelotas por casa junto a su hermano, les toca bañarse antes de cenar. “Els faré uns espaguetis”, informa Kiko a Eugènia. Ya hemos terminado la entrevista para Gentnormal y ha caído el quinto de celebración, o los dos quintos de celebración, ya no recuerdo. Kiko Amat es el único miembro de la célula familiar no pelirrojo y la escena nos señala a Lluís (Huedo) y a mí que hay que darse el piro.
Durante la anterior hora y media hemos hablado un montón. Seguro que ya lo saben, pero Kiko no para de charlotear, más cuando toca explicar libro nuevo. Chap Chap (Blackie Books, 15) es su antología de artículos, los hay de muy buenos y tronchantes, también de cursis y bastante cabrones. Escritos de hace tiempo y que el escritor ha decidido incluir para hacer más auténtico su autoexamen. Un libro que resume una etapa de la vida que termina con un punto y seguido. Al nuevo Kiko, el que ahora coge la carxofa de la ducha para arrojar agua sobre sus dos hijos, me temo que ha dejado de interesarle hablar de subculturas y fanzines, aunque la base de su obra sigue siendo el yo, pasado y presente, como siempre.
Sobre la base de ese personaje que ha creado a imagen y semejanza suya, el autor ha construido una sólida carrera donde el protagonista siempre es él mismo. Le puede llamar Julián, Pànic, Rompepistas o Cienfuegos, según le convenga, pero normalmente es él, con nombre y apellidos, el que libra las batallas. Las hostias las reparte y se las da a sí mismo sin mayor problema. Y permítanme que les avance que en Chap Chap los tortones caen con la mano abierta y extendiéndose por toda la cara. Cuando leí alguna de sus partes mandé mensajes a nuestro mejor amigo común realmente exaltado (“no, de debò està explicant AIXÒ?”). Pero Kiko decidió esparcirlo todo, lo bueno (hay capítulos brillantes, como el prólogo) y un montón de mierda acumulada, examinada y comentada en el libro y ahora entendida por el propio autor, tal y como descubrirán si leen esta entrevista.
Como ese tema de otro admirado y querido amigo: “Miqui contra el mundo”, Kiko en el fondo no va contra nadie más que él mismo, aunque igual que esa canción pop, se expone al escarnio público. ¿Pero saben qué es lo que más me sorprende de todo? Que le da absolutamente igual lo que pensemos de él. Y les aseguro que no es una pose de tipo duro, es totalmente cierto, se la suda.
Chap Chap es la vida de Kiko Amat contada por y para si mismo, sin censura, aunque les confesaré que va dejándose cosas que hacen de él un tipo de los que vale la pena. Uno di noi. Este sábado pinchamos los tres de Primera Persona en el Heliogàbal y Kiko tiene la sesión preparada desde hace una semana. Le hace tanta ilusión que no ha podido resistir la tentación de pensar escrupulosamente todo lo que pondrá. “Tancaràs tu, que ets un populista”, dice partiéndose la caja mientras mira un disco de The Minutemen. Créanme, no hay tipo más entusiasta que éste. Sólo pincharemos tres colegas en el bar donde vamos siempre, con nuestros amigos en el otro lado de la barra. No sé si Chap Chap enseña todo lo bueno de Kiko Amat, obviamente se darán cuenta que es un tipo rápido, divertídisimo, extraculto, flipado por el pop y la literatura, fiel a sus amigos, valiente… No sé, un montón de cosas. También descubrirán bastantes barbaridades, como yo si explicara las mías, o las que tienen ustedes mismos, si se ponen a repasar.

Siempre empiezas tus Vermuts preguntando por la familia a los entrevistados. Si quieres la primera puede ir sobre eso, aunque me parece que está muy bien explicada en el libro
No tengo la sensación de haber contado algo realmente novedoso sobre mi familia en este libro. Ya en Rompepistas, aunque eliminé a mi pobre hermano Uri de la ecuación, la familia del protagonista se parece mucho a la mía. Evidentemente que hay alguna diferencia, por ejemplo: no hice que el padre fuera deportista como el mío (aparte no es cateto como el del libro), lo modifiqué cuando así lo exigía la tensión narrativa. Pero la dinámica de la familia de Rompepistas es exactamente igual que la mía. En todas las entrevistas que me han hecho siempre he hablado sobre la familia. Quizá no ha llegado a todos mis lectores, sólo a una pequeña parte, pero en cualquier caso lo que he hecho en Chap Chap no creo que sea supernovedoso en mi trayectoria.
Lo que tenía claro es que he llegado a un punto donde tenía que situarla. Como dices tú, siempre pregunto a todos mis entrevistados sobre ello porque creo que es vital, que entiendes muchas cosas cuando hablas de la familia de alguien.
Creo que para contar según qué cosas, tienes que estar en un momento donde puedas hacerlo. Somos escritores, no blogueros, no vomitamos lo que nos pasa. Debemos pasar un proceso de digestión, y pasar por encima del decoro, la vergüenza o el bochorno y a partir de aquí entender exactamente lo que te ha pasado y racionalizar cómo se lo va a tomar tu entorno cuando lo expliques. Son una serie de procesos a los que cuesta mucho llegar. Yo no entendí realmente mi adolescencia hasta Rompepistas. ¡Me costó media vida! De la misma manera, hay cosas que salen aquí que han necesitado su proceso de espera.
Te pongo un ejemplo: mi madre murió en mis brazos y ese momento no lo podía contar. Ahora tampoco, pero quizá dentro de cuatro años sí. No por hacer un drama o por pena, sino porque necesitas encontrar la voz para hacerlo.
La verdad es que la relación con tus amigos la teníamos bastante clara, has hablado de ello millones de veces, pero la familia la teníamos menos situada.
Por eso tenía ganas de explicar todo esto. En casa se había hablado de ello muchas veces y en el prólogo se cuenta: cuando yo era adolescente y mi madre me quería reñir, siempre me comparaba a algunos de los energúmenos más chungos de mi familia. Pensaba que era gratuito, o que tenía cierta inquina a sus padres o suegros, pero no, es que realmente me parecía a ellos.
Mi bisabuelo era un actor cómico relativamente conocido en Sant Boi y mis dos abuelos eran de la mofa total. Además de unos jetas de cuidado que se escaqueaban todo lo que podían y más. Me parece que, como a mí, les molaba más bien poco currar. Nunca entendí porqué tenía que currar, me creaba un conflicto muy grande. Y eso me viene de ellos, a los que recuerdo de mucho cachondeo, muy viva la virgen, con expectativas de futuro pésimas y completamente inútiles en la gestión del hogar. Además de ser bastante trolas, y con tendencia a la inventiva, sobretodo el materno. Todo este ADN forma claramente parte de mí. Vengo de aquí.
Con los años pensaba que no me parecía a mi padre en nada, existía una barrera (que ahora he superado) que es el deporte. Era la puta Gran Muralla China entre nosotros. Para mí todo aquel que hacía deporte pertenecía a un mundo completamente ajeno a lo que yo pensaba. Acabar con ello ha sido un proceso personal realmente chulo, ya que pasé varias etapas en mi relación con el deporte, con el rugby concretamente. Primero fue la admiración, estaba fascinado con que mi padre fuera tan bueno jugando al rugby. Luego me apuntaron a la escuela de rugby del pueblo, en la Santboiana, pero resulté ser un puto patán. En esa época (primeros 80) los entrenadores no estaban preparados para rollos inclusivos y tal. En esos años la cosa iba así: eres bueno, juegas, eres malo y enclenque, pues al puto banquillo. Pero no un día, sino cinco jodidos años en el banquillo. ¿Tú sabes el daño que puede hacer en la autoestima de un crío estar cinco años sentado en el banquillo? “Eh, tío, por puta decencia, déjame salir a jugar!”. De vez en cuando me dejaban salir al campo un rato, cuando al otro equipo le faltaba un jugador. Les mandaban el arma secreta, el tipo más malo del infantil de la Santboiana, que era yo; al BUC, al Montjuïc o con quien coño jugáramos.
Ya tenía un ego de cojones en esa época, pero algo me tenía que afectar, así que pasé al rechazo. Todo esto está explicado al dedillo en Rompepistas.
Tras leer la novela me dio la sensación que odiabas el rugby sobre todas las cosas…
Lo que explico es la fragmentación que vivimos. Los rugbistas y nosotros éramos colegas de críos pero nos habíamos separado de adolescentes. En esa época, en Sant Boi el panorama subcultural lo formaban los punkis, los skins, los mods por un lado y los que hacían rugby en el otro. Me he dado cuenta mucho más tarde, pero la visión que conseguí en Rompepistas era muy poco maniquea, ya que en ningún momento quise decir que nosotros éramos los guais y ellos una mierda, no. Realmente fue un intento para entender a Los Cuellos1 y explicar la envidia que les teníamos. En la novela necesité a un álter ego para explicarlo, pero ahora lo puedo decir sin problema: yo quería ser así, no quería ser una puta mierda de mod muerto de asco que se hacía pajas todo el día, quería ser deportista, que era lo guay. Rompepistas me sirvió para entender ese anhelo.
Pero era un deseo equivocado -y aquí acaba la explicación- pues yo creía firmemente que esta peña tenía la vida resuelta. Al morir mi madre, hablé mucho más intensamente con mi padre y acabé por darme cuenta que esos tíos eran exactamente igual que nosotros. Todo el mundo sufre igual, aunque parecía que los jugadores de rugby no lo hacían. Ellos pensaban en correr tras una pelota, estaban mazas y eran aparentemente más guapos que nosotros, por lo que estaban rodeados de más tías. Obviamente no era así, veo a amigos de mi padre o los de mi quinta y son hombres igual que nosotros, con los mismos dolores, traumas, con las mismas cicatrices. Han sufrido abandonos, divorcios, se les ha muerto gente, les ha pasado de todo. Son exactamente igual que nosotros y este es el final de la iluminación. Éramos lo puto mismo.
Hace poco vi a mi padre, que ya no juega pero es delegado de campo, saltando una valla de metro cuarenta y sentí un enorme amor y admiración por un tipo de setenta años que salta una valla más alta que la altura de mi hijo pequeño. No la saltó de lado, fue recto, con las dos piernas arriba. Me dije "Vaya tío, colega". Esto no lo he podido hacer nunca en la vida y estas mierdas me siguen llenando de admiración. El otro día le conté a mi mujer que, igual que pasaría mucho rato con cualquier persona antes que con alguien dedicado a la narrativa (porqué los escritores no me interesan especialmente como compañía), sí que lo haría con escaladores o jugadores de rugby. Me llenan de curiosidad y afecto. Nunca pensé que diría algo así, pero veo el espíritu de equipo, a gente unida por un objetivo común y me encanta.
Ya paro de hablar de rugby, pero la verdad es que tiene una parte noble que mola mucho, y es la que a mí me enseñaron. Cosas de respeto y aplaudir al contrario que me fascinan. Cuando las ves en directo –y yo lo he visto toda la vida- creo que contribuyen a tu enseñanza. A mí siempre me ha transmitido dignidad. Esta peña era digna. Los valores del rugby han formado una parte muy importante en mi educación. Me ha costado un porrón de años darme cuenta de ello, pero es así.

Pero este espíritu de equipo no es muy distinto al que uno tiene con sus colegas.
Hay muchas similitudes, pero el suyo está menos cimentado en nuestro “nosotros contra todos”. Esta idea de guerra perpétua adolescente, que aún mantengo aunque claramente no esté bien, a ellos ni se les pasa por la cabeza. Entramos muy fácilmente en posiciones de batalla, no lo podemos evitar. Ya sólo en los bares se han creado animadversiones completamente ficticias. Soy así, vengo de un mundo hostil y violento. No quiero sobredimensionarlo, no había pistolas ni pensabas que ibas a morir, pero la mirada hacia el mundo era violenta, bélica. Durante la época de Los Fresones Rebeldes2 intenté deshacer esa manera de mirar las cosas. Pero no puedo, y eso que es una de las partes más vergonzantes de mí.
A veces me da la sensación que utilizas la voz de tus protagonistas de novela para expresar sentimientos y la primera persona para los hechos. Panic o Cienfuegos nos habla desde las entrañas y Kiko relata lo sucedido en sus columnas o ensayos.
Molaría que eso que dices fuese verdad, pero no lo es en absoluto (ríe). Es la típica frase Harry Crews que suena de puta madre pero que no se parece en nada a lo que hago. En Rompepistas pasa lo mismo que en The Wanderers, hay una épica y emoción añadida a lo que pasó realmente. En cambio, cuando yo hablo de mí mismo, sin álter egos ni utilizando mecanismos de narrativa, desaparece parte de la emoción melodramática que tiene que ver con el recuerdo engañoso de la realidad. Es lo que dice Richard Price sobre The Wanderers: son tíos recordando su adolescencia borrachos, alterándola completamente y dejando cosas fuera expresamente. Yo también hago eso en mis artículos, no soy Karl Ove Knausgaard, decido qué partes de la realidad se quedan y cuáles se aumentan para que todo encaje. Pero mis artículos están llenos de emoción.
También hay otra parte relacionada con tu afirmación, y es que quizá en las novelas he contado cosas que aún no estaba preparado para explicar, y hacerlo con la voz de esos personajes me era más fácil. Ahora ha llegado un punto, igual es que me hecho viejo o tengo los huevos muy pelados, en el que ya no me importa. Me la bufa, quizá por eso ya no hago novelas, no las necesito.
La confesionalidad ha llegado hasta tal punto que no me avergüenza nada, todo me parece explicable y lo único que me importa es ver bien a mi familia. Lo demás me da igual
Una vez tuvimos una conversación sobre sentimientos y te pareció súper raro hacerlo; incluso a la semana me preguntaste si en ese momento estaba borracho. Yo explico ese tipo de cosas a mis amigos…
No vengo de una cultura donde se expliquen los sentimientos, te tienes que meter cinco gramos de farlopa para empezar a hablar, y sobre un sentimiento pueril, no de los que te acongojan (risas). Durante nuestra adolescencia nos poníamos escudos para pensar que nunca pasaba nada, no que todo fuera bien, es importante el matiz. Que eres suficientemente duro y viril para aguantar todo lo que se te echa encima.
Nunca lloras, yo nunca he visto llorar a un amigo mío. Y mis amigos tampoco me han visto a mí. No hacíamos eso. Esos escudos han sido útiles en cierta manera para afrontar la vida, pero a la vez son una falta grave, un defecto de personalidad adquirido que ya no puedo alterar. Si tienes una inclinación melodramática como yo -que parece que tenga sangre italiana, donde todo se hace enorme, tus odios son gigantes, tus amores los más grandes, el último enamoramiento el más bestia que ha pasado nadie- empiezas a mentir, de hecho me he convertido en un mentiroso compulsivo, y te encanta tanto lo que dices que acaba siendo terriblemente deshonesto. Así que casi mejor no explicar sentimientos. Total, al final lo que dirás será una bola.
¡Pero tú has roto todos esos escudos!
Narrativa y articulísticamente los he roto, sí. En mis textos no hay ningún escudo.

Y si te quedaba alguno lo has acabado de romper en Chap Chap, cuando cuentas la peor época de tu vida. 3
Paradójicamente es algo que nunca explicaría oralmente, y si lo hiciera debería ser con grandes dosis de humor y autodefenestre. Hacerlo menos funesto y grave de lo que podría ser. Mi salida es la narrativa y el columnismo, ahí es donde te atreves. Kevin Rowland lo pone todo en sus textos, yo no soy como él, que roza la psicopatía. A veces dudas de que el tío tenga sentimientos; que los tiene, porque se nota en sus canciones. Pues bien, yo los pongo en estos artículos.
No tengo muchos atributos, un par y se pueden contar rápidamente, pero uno de ellos es la autoconsciencia. No siempre he sido así, pero ahora soy muy consciente de lo que soy. En Cosas que hacen BUM, empecé a darme cuenta de quién era en realidad. Siempre me he mirado a mí mismo, eso lo sabe todo el mundo, hablo de mí y tal, hay un eje por donde circula el mundo: yo, el anticopérnico. Soy el centro, el centro de mierda, que no me pongo por encima de nadie. Entonces entró en juego otro proceso, el de conocerse de verdad, y esto lo he hecho bien, no me engaño en ningún momento respecto al tipo de persona que soy. A veces he conocido a gente que tiene ideas absolutamente delirantes sobre quien son. Y me pregunto: ¿Como puede ser que no te veas, tío? Hablan de ellos mismos y parece que lo hagan de otro fulano. Yo no soy así, lo que sale en mis artículos es fruto de un tío que se ha entendido a sí mismo. Y eso es más curro de lo que parece a primera vista.
¿Igual eso puede llevar a que la gente se lleve una imagen equivocada de ti? Hablo sobretodo de parecer una persona egocéntrica. En el prólogo del libro cuentas que tuviste una crisis de ego bastante grande, y lo puedo corroborar por unos mensajes que nos mandamos en verano, justo cuando escribías ese texto.
Esto no funciona así tío, estoy tanto tiempo pensado en mí mismo que lo que la gente pueda pensar sobre mi persona es absolutamente secundario. La cita que sale al principio del libro de los Thee Headcoats no es una boutade, no me gusta especialmente el tipo de hombre que soy. La mayoría de veces, vaya. Tengo una inclinación narrativa que más o menos tira, pero soy muy consciente de mis defectos.
Esa vez que hablamos en verano, y que desgraciadamente me acabas de recordar (risas) tenía el ego realmente bajo, estaba a cero, una desaparición tan enorme que ni si quiera pensaba en mí en términos negativos, es que directamente no estaba. No existía. Me asusté bastante pero a su vez no era melodramático, de repente había desaparecido todo y no tenía nada. Lo he hablado mucho con Eugenia, mi mujer. Es exactamente por esto que salen mis libros, porque hay un tipo con un conflicto interior y oscuro que es la que florecen todas estas cosas. La gente que está contenta y encantada de haberse conocido no hace libros ni artículos de este tipo, o si los hace son una puta porquería. Hay cierto tipo de narrador con la suficiente intuición y humor, pero que dentro no tiene nada, no hay conflicto. Y lo que producen son cosas carentes de esta rabia, ansiedad y contante autoexamen, en mis libros no pasa todo eso.
Aunque en ellos salga de manera reiterada y obvia, destesto la autocompasión. Creo que en el prólogo de Chap Chap está perfectamente explicado, tú imaginas el libro en forma de epitafio, repasa la trayectoria de ese fulano y te cuenta como era en ese momento: un tipo bastante patético, egocéntrico a matar, con bastantes partes oscuras, con tendencia a la locura borrachil pero con cierta gracia, amigo de sus amigos y bastante divertido en la barra de un bar, no hay mucho más que esto.
También tengo una cierta capacidad de querer, aunque claramente limitada. Es como cuando a una batería de móvil le queda una barrita, puedes hacer una llamada, dos como mucho, pero no muchas más, colega. Piensa bien a quién tienes que llamar porque si te equivocas de llamada estás malgastando tu vida. Con mi amor pasa exactamente lo mismo, no tengo tanto. Tengo amigos que tienen amor para repartir, pero no es mi caso, mi círculo es pequeñísimo. Me cae bien mucha gente, me encanta mucha gente, pero la palabra querer- que por cierto, está muy sobrevalorada ahora mismo, todo el mundo quiere a cualquier cosa- es demasiado gorda. No es muy agradable ser así, preferiría no serlo, pero no tengo otra opción.
Me ha quedado claro que Chap Chap no trata sobre perdón ni redención ¿hay algo de justificación hacía tus amigos, y hasta cierto punto también para tus enemigos? En plan: “Yo qué sé, tíos, ésto es lo que hay y tal cual te lo cuento, sino te mola te jodes, pero va así”.
No hay nada de justificación, no lo haría nunca. Lo que cuento en este libro es lo más espantoso que me han pasado nunca, pero simplemente explico el contexto. Odio la palabra justificación, es espantosa y nada de lo que hago va encarado a ello. Euge siempre dice que me importa un pito la opinión de la gente, no sé si lo dice como virtud o como defecto, tengo que mirarle a la cara para saber el sentido. A veces puede ser positivo y otras para nada. Pero la realidad es que me importa muy poco lo que piensen de mí, y nunca lo ha hecho. Justificar es un verbo que no está en mi diccionario personal, no la he utilizado en la vida.
Esto es la manera de poner en contexto a la gente: ¿Por qué escribo así? Pues empecé por pura autodefensa. ¿De dónde sale está retórica cómica, jocosa y exagerada? De la oralidad más pura. El otro día lo hablaba con Villalobos4 y decía lo mismo, durante muchos años había construido muchas teorías sobre la influencia de otros narradores en su prosa, pero que se había dado cuenta que la clave era la de meterse con sus amiguetes –hacer la carrilla, decía. Linchar y ser linchado. Y eso es exactamente lo que hacíamos nosotros. Pasé diez años de mi vida haciendo sólo eso, metidos en un bar metiéndonos los unos con los otros de maneras cada vez más imaginativas. No lo estoy elevando a la categoría de las bellas artes, pero es que era así. No subestimes nunca el poder del aburrimiento en un adolescente de pueblo de extrarradio. Era como un curro a jornada completa, te pasas el día humillando al resto de tu panda. Lo que hago viene claramente de allí, de esa oralidad.

En los artículos hablas constantemente sobre ti y tu día a día. Mi madre conoce más detalles tuyos que de otros amigos míos que ha visto merodeando por casa durante años. Y no porque se lo haya contado yo, sino porque lo ha leído en La Vanguardia. Que tienes dos críos pelirrojos, que compras en el Bon Preu, que tienes una vespa roja… Es un nivel de exposición realmente bestia.
Siempre me ha gustado entrar en el mundo de primera persona de mis columnistas favoritos. Todos lo han hecho. Vengo de leer a críticos y columnistas ingleses que siempre hablaban de ellos y a los que llegabas a conocer. Te puedo citar a algunos: Mill Millington, Jon Ronson, Charlie Brooker o Caitlin Moran. Sabía todo sobre ellos, los sitios por donde se movían, los colegios donde habían matriculado a sus hijos, sus rutinas diarias. Esta gente no estaba haciendo autobiografías, estaba haciendo columnas y era inevitable que salieran todas esas cosas. Mi unidad de mesura son todos esos artículos y por eso hablo como ellos. Siempre cito a Mose Allison, pero él dice que todos somos lo mismo. Y en mis columnas hablo de mí porque en el fondo estoy hablando de todos. Una vez le pregunté a Jim Dodge sobre la fama y él me dijo que le gustaba ser famoso en el radio de un quilómetro. Pensé que eso era superguai. Me gusta bajar al bar de debajo de casa y que alguien diga que ha leído Rompepistas, es superfamiliar. Mi espacio es la Bodega Marín, el Passeig Sant Joan, el Oller…
Aunque igual tengo que cambiar mi cara de empezar una bulla permamente, me pasa muchas veces en que me miran y se piran. Eh, tíos, no siempre me estoy preparando para una reyerta. A veces me viene algún tipo a felicitar por un artículo y resulta que yo lo miraba pensando que en cualquier momento nos íbamos a dar de cates. Tengo que cambiar eso.
Yo creo que si te lee gente, mucha o poca, es por la familiaridad de la oralidad y de situarte tanto.
Estos artículos funcionan por esa visión no pomposa de uno mismo, poniéndote a ti como el primer capullo de toda la fila de sospechosos. Y evidentemente la parte de complicidad también influye. La clave es cómo transformar un evento que en sí mismo no tiene puta gracia, o que en su momento no lo vives como algo divertido, en algo comico. “El Kiko ha atropellat un senyor”5 no es algo que me hiciera puñetera gracia en su momento, y mientras estaba pasando ni se me pasó por la cabeza que sacaría un artículo de todo aquello, no soy tan psicópata. Joder, tenía a un señor debajo del capó de mi coche, coche que, para más inri, no tenía seguro. En ese momento estaba aterrorizado. Pero pocas horas después empiezas a ver el arco sináptico y narrativo de lo que ha pasado, la parte humorística va saliendo después. Estoy haciendo un teorema sobre mis artículos: luego me gusta poner flashbacks que lo relacionen, y en este había uno muy claro, el accidente que había tenido con mi suegro.
Ese artículo está escrito exactamente como lo explicarías a tus amigos bebiendo unas cervezas. El proceso de la oralidad de la barra de bar a ponerlo por escrito varía realmente poco.
Es exactamente así. La cultura que me amamanta es la de desdramatización innata. Al contrario que otras culturas que tienden más al victimismo, en mi caso casi había que obviar el lado chungo. Hacer coña de todo, explicarlo de la manera más divertida posible, una batallita más que contar con los amigos. Como el primer gatillazo, que por cierto, nadie te avisaba de lo que era y no sé por qué. Cualquier persona razonable sabría qué es lo primero que hay que enseñar a partir de octavo de EGB. Ese momento que dices “Per què no xuta ara?”, si funcionaba perfectamente esta misma tarde cuando me la he pelado. Esto es un trauma de primer orden cuando eres un adolescente, al menos en 1985. Yo no entendí nada, tuve que llamar a peña para que me explicaran qué coño había pasado. “Com? Se t’ha posat tova?”. Y era por puro acongojonamiento, no por ir borracho. Creo que es lo primero que contaré a mis hijos cuando hagan los catorce.

En Chap Chap publicas un manual muy personal para articulistas y en Mil Violines también dedicabas una apartado a aspirantes a escritores de novela bastante punk. ¿Son manuales anti-academia puesto que no procedes de ella?
Yo no voy en contra de la academia, de hecho pasé por el lado. Realmente no tenía más remedio, ya que no me enteré que existía una hasta que saqué mi primera novela, como tampoco conocía que existían los suplementos culturales. Esto parece que lo diga para el titular pero no, al contrario, lo que hace es explicar exactamente una vida. Me enteré que existían los suplementos culturales de los periódicos cuando publico “El día que me vaya no se lo diré a nadie”. No había visto ninguno, es así de simple, en mi casa no se leían y por supuesto no conocía a nadie que fuera por la calle con un Babelia. Esto ha llevado a que mucha gente me llame uno de los adjetivos que más odio del mundo, que es “provocador”, cosa que implica que la razón última de lo que estás haciendo sea provocar. No, sólo un idiota haría eso (aunque si lo miras bien, hay un montón de idiotas que se dedican a ello).
Que quede claro que yo no quiero cargarme la academia sino ayudar a otra gente autodidacta como yo, que pasaría por la fase de tropiezo, tropiezo y me levanto, de trial and error del autodidactismo. Veo a mucha gente que empieza y que hace errores flagrantes y terribles que pueden entorpecer mucho su proceso de aprendizaje. Por ejemplo “No copiar”, que es un mandamiento que parece dictado por la alta cultura. Pues no: cuando empiezas tienes que copiar, es la única manera de encontrar una voz. Con el pop pasa lo mismo, no te pones un día y sacas la canción más original, primero haces las versiones de los tíos que te gustan, luego las transformas y finalmente salen las tuyas solas. Siempre ha sido así, con todas las disciplinas que yo conozco al menos.
Me gusta que la gente vea que en mis artículos también hay un método. No sé si me lo querías preguntar, pero en toda esta mierda hay un método. Si te lees este libro, te das cuenta que hay una idea, una voz y una forma de hacer las cosas.
¿Como cuando encuentras tu fórmula particular de la Coca-cola?
No, no, yo no he encontrado nada, todo ha sido emulando a mis héroes. Esto lo unes a tu bagaje y a una inclinación casi innata a la pasión por escribir y explicar historias. Viene prácticamente de serie, si en sexto de EGB no tenías ganas de escribir, mal.
Todos los narradores te dirán los mismo, y lo corroboro: encontrar la voz es lo más difícil de conseguir. En las novelas, cuando tienes la voz tienes el libro. La de mis artículos la encontré hace muchos años y ya se ha quedado conmigo.
Mi voz articulista está clarísima, se ha quedado en pelotas mil veces, ha enseñado sus colgajos y sabemos perfectamente quién es, qué le apena, quién le rodea, como es su mujer… Es un pacto que haces con la gente de tu entorno, esta peña saldrán siempre.
- Encara que no vulguin (grita Euge desde el pasillo).
Exacto, aunque no quieran (risas). Con cierto decoro, claro, tampoco hay que ir cargándote las vidas de la gente.

Siguiendo con la antiacadémia, empezaste a publicar en fanzines, que al fin y al cabo son las publicaciones menos formativas que existen. De hecho hasta hace unos años dirigiste, con tu hermano Uri, uno de mis favoritos, La Escuela Moderna.
Siempre me preguntan por los fanzines, asumo que en el pasado hablé mucho sobre ellos, no sé. Me aburre un poco hablar del tema, lo he hecho demasiadas veces en mi vida. Los fanzines fueron muy importantes en mi educación y me dieron un lugar donde poder volcar todo lo que me salía. Te enseñan el DIY, a autogestionar tu vida, que es la cosa más interesante que aprendí de las subculturas. No esperes a que nadie haga algo, hazlo tú. Y esta máxima funcionaba para todo, para conciertos, fiestas o con tu propia prensa. Y mi prensa eran los fanzines mods de los ochenta. Hablaba de mí, de mi cultura y de la gente que conocía.
A día de hoy ya no leo fanzines, aunque me parece genial que se hagan y se sigan consumiendo, pero mi necesidad de volcar mis escritos en fanzines ha terminado.
Hace poco el periodista Víctor Lenore, con el que tuviste un intercambio de entradas en vuestros respectivos blogs, escribió el siguiente twitt: “¿En qué fanzine de aquí se ha escrito algo digno de ser releído? Sólo recuerdo esnobismo”.
Esto es mentira, como casi todo lo que dice Lenore. Aquí va perfecto aquello de “cree el ladrón que todos son de su condición”, ya que él escribió en Malsonando, el fanzine más pomposo, pretencioso y ridículo de los noventa. Supongo que haber participado en esa publicación le hace pensar que todas eran así, pero sólo es una visión aldeana y ombliguera. Alguien que dice eso no ha visto nunca un fanzine fuera de las cuatro mierdas que se hicieron de indie en los noventa. He leído fanzines de hardcore superentusiastas pero a su vez increíblemente chulos e interesantes que te enseñaban una visión de la vida que realmente valía la pena.
Hubo muchos fanzines pésimamente escritos, pero el valor de sus enseñanzas y su ética es incalculable.
En fanzines como Mondo Brutto se han leído críticas muy jartas, muchas veces pasadas de rosca, aunque hay que decir que en este país cuesta un montón encontrar críticas no positivas de discos o conciertos…
No te creas, internet ha facilitado mucho el degüello salvaje, cosa que no me parece lo más saludable del mundo. En este país vamos a la solemnidad más ridícula y aburrida de Europa o a la ceporrez más exagerada. Pasamos de lo fraudulento y cómodo a la cosa más bárbara y destructiva sin pestañear. Nos falta un punto medio. Dices que falta crítica y yo no lo tengo claro, porque de repente hay demasiada. Me da la sensación que existe un superávit de cinismo que no sé hasta qué punto tuvo mi generación en la adolescencia. Teníamos una larguísima ristra de defectos, pero el cinismo no era uno de ellos.
Veo que la gente que habla de música pop tiene tendencia a estar de vuelta de todo y me da cierta vergüenza. El otro día lo comentaba con Elena Exquis6, tengo fans muy jóvenes que me vienen a elogiar para acto seguido insultarme. No es con mala leche, les sale así, y es porque a muchos jóvenes de hoy les cuesta demasiado expresar un entusiasmo realmente puro. Parece que hacerlo demuestra cierta debilidad, como si te estuvieras abriendo demasiado.
Me encontrado chavales que me dicen “Rompepistas es mi libro favorito pero Cosas que hacen BUM me parece una mierda”, y tengo la sensación que no se dan cuenta que están siendo insultantes, en la vida se les pasaría por la cabeza pensarlo. El derroche de entusiasmo les da miedo y por eso se escudan en el cinismo.

Hace poco te entrevistaron en el Crític7 sobre política y dijiste abiertamente que votabas a la CUP ¿Te entran ganas de hacer un Baños y entrar más al fondo en el tema?
No, primero necesitas un espíritu de sacrificio que no tengo. Luego está el tema de la dialéctica, la mía pasa de la charla susurrante al insulto más aberrante. No me refiero a lo que decía Baños en el Vermut, que usaba palabras machistas o malsonantes, me refiero más a violencia. Él va a un debate en la tele y mantiene la compostura perfectamente, yo no podría. Mi cultura es más la del taburetazo en la cabeza. Soy incapaz de participar en un debate político inteligente, eso no quiere decir que no tengas ideas interesantes, sino que a la tercera frase ya estoy insultando a mi rival. Y lo hago sin darme cuenta.
Soy el último tipo que escogerías para hacer de portavoz de algo. Si quieren que escriba o vaya a manifestaciones sí, pero dar la cara en otro sentido no.
Sí que te has involucrado como activista cultural en Primera Persona. Es un festival que realmente no sería posible sin la administración pública…
Tú lo sabes porque trabajas con nosotros, pero espero que todo el mundo se de cuenta de ello: para nosotros lo fácil sería ir a buscar un patrocinador. Lo complicado es no tener ni querer un sponsor. Evitar que se llame “Nike Primera Persona” es un jodido triunfo. Tienes otros presupuestos, estás en un centro público donde tienes que dar explicaciones sobre absolutamente todo, y aún con todas estas cosas, así es como lo queremos.
El Primera Persona es exactamente lo que eres tu, ¿no?
Ya te digo. El festival es lo que he hecho toda la vida.
1. En Rompepistas su protagonista se refiere así a los jugadores de rugby.
2. Kiko Amat pasó varios años acompañando a Los Fresones Rebeldes en sus giras y conciertos, ya que su mujer era una de las guitarristas. Todo ello explicado en Mil Violines.
3. Leer capítulo 6 de Chap Chap, los peores artículos.
4. Ver “El vermut de Kiko Amat con Juan Pablo Villalobos”, publicado en Gentnormal.
5. Artículo recogido en Chap Chan en el que Kiko Amat atropella a un señor mayor en el Passeig de Sant Joan poco antes de dirigirse a una barbacoa familiar.
6. Editora del Fanzine Orfidal y fotógrafa del festival Primera Persona.
7. Digital sobre periodismo crítico y de investigación.
Fotografia: Lluis Huedo
Text: Jordi Garrigós
Correcció: MV