Quantcast
Channel: Gent Normal
Viewing all articles
Browse latest Browse all 1519

PERCUSIÓN PERSUASIVA (Y OTROS SONIDOS CATALÍTICOS): Crónica #3 (año 2)

$
0
0

DECIBELIOS
(Sala Apolo, 6 de diciembre del 2014)
por Kiko Amat

Me pirra la nostalgia, siempre y cuando sea algo privado. La nostalgia que me va es como un animal criado en cautividad: no puedes soltarla por ahí, a merced de los guepardos y las alimañas. Mi nostalgia vive en mi cabeza como un vejete asmático viviría en su tanque de oxígeno: si la extraes, casca. Mi nostalgia es una perversión ominosa y ridícula, como si me gustase lamer codos o que me echaran tabasco en el tímpano. Mi nostalgia es un generador pirao de metáforas, que voy a interrumpir...¡ahora! Mi nostalgia es una arma, sí, pero de esas que manejas psé y acaban volándote el dedo gordo del pie izquierdo.

Este lustroso espetec de excusas viene a cuento de que no me agrada recuperar a grupos pop que me gustaban de chico, especialmente si fui fan y les vi en directo. Me he negado a revisitar ni una sola de las reapariciones de los héroes de mis años dorados; hasta hoy. Hoy empiezo a barruntar que lo de NUNCA ir a ver a grupos de mi adolescencia reunidos se parece sospechosamente a algunas de esas afirmaciones agrestes que tan mal me han salido en el pasado y que tantísima risa (faltosa) les provocan a mis amigos, como: “Nunca llevaré sandalias”, “Nunca volveré a lucir chapas”, “Ya no escucho música blanca” (aquí no sé ni qué carajo estaba diciendo), “Nunca más me broncearé” y un inadmisible etcétera.

Pero hoy soplan vientos de cambio, viento de libertad (como cantarían los propios Decibelios), así que decido cancelar mi lelo boicot e ir a ver al grupo que acabo de mencionar entre paréntesis. Decibelios. LosDecibelios. Es un primer intento fácil, ya que jamás llegué a verles en concierto: la sensación de revival de mí mismo es, así, roma, de fogueo. Pues esta es, después de todo, mi primera vez.

En directo, quiero decir. En realidad me sé todas las canciones de memoria, porque en Sant Boi los Decibelios eran grandes como la ermita de San Ramón, y sonaban en todos los bares. Viví en mis carnes la aparición de dos de sus álbumes, Vacaciones en el Prat (DRO, 1986) y el directo Vivo’s 88 (DRO, 1988), que llevaba una versión ultra-trompetada de “Voca de Dios” que a mis amigachos skinheads les encantaba. Crecí con Decibelios: bailé en el sótano del Camps una y otra vez el “Sangre dorada”, al ladito del bidón de los quintos; los escuché en casa de Rafa Espejo, porque su hermano mayor había sido punk y tenía todos los discos de Decibelios, y Vulpess, RIP, Último Resorte o Toreros After-Olé; sonaban en casa del Seda, en la calle Bardina, cuando iba a picarle los viernes a las 18h; y a la mínima que se bebía una miaja en el Barcelona, el 86, el Flash o el Kolakao, empezaban a tronar cualquiera de sus himnos: “Kaos”, “Botas y tirantes” o “Paletas al poder”. En el único formato que se antojaba posible: cántico popular, desgañitados, puño o Estrella al bies, culos prietos y a tumba abierta.

En todo esto, llega el día del concierto, ya en el año 2014. Todo hoy se me antoja un poco 80’s. Lo de encontrarme gente en el metro que va hacia allí, por ejemplo, es inconfundiblemente Sot del Migdia 1987; no ha vuelto a pasarme en la vida. Pero la L4, si bien no abarrotada de fans como lo estaría en un macroconcierto de Springsteen, sí transporta a unos cuantos grupúsculos de decibelistas hacia la sala Apolo. ¿Cómo sé que son decibelistas? Lo sé y punto.

Según me acerco a la sala de fiestas, los skins se multiplican. Siento una mezcla de feliz sorpresa y visión ultrafamiliar. A los boletaires debe sucederles algo parecido, cuando van topando con una seta aquí, luego dos algo más adelante, de golpe tres o cuatro níscalos en corrillo, y en nada se dan de morros con una alfombra persa de gírgolas. Para cuando llego a los bares de-al-lado propiamente dichos, cientos de skins y punks han tomado el interior y exterior de todos ellos. Una faenita, si me preguntan, porque había quedado por aquí con mi amigo Carilla y ahora jamás le encontraré. El bar Eusebio está a rebosar de skins, hasta los topes de veras, como si alguien hubiese reventado una bolsa de harina al lado del ventilador y todo el mundo se hubiese pringado de sustancia y hubiese salido harina volando por las ventanas y derramándose en las aceras; pero en rapados. Y hablando de harina: ¿esa locuacidad mascapausas? ¿Esas ganas feroces de platicar que observo en todos los grupitos de pelados? La conozco, y sé qué agente adrenérgico sintetizado la origina.

Finalmente encuentro a mi amigo Carilla, y a otros paisanos de Santbo, y a unos pocos de más allá, incluso a la hermana pequeña de un skin de mi pandilla que vi por última vez cuando ella tenía diez años (hace –oh- veinte; urgh). Bebemos, por eso mismo y por algunas otras cosas que se nos van ocurriendo sobre la marcha. Mientras bebemos de manera caudalosa aparece Muntsa, la fotógrafa de Gent Normal. Me río al verla (con ella, no de ella), porque sé que en el concierto de Decibelios va a ser la única mujer con apariencia pizpireta de todo el recinto. No falla: cuando entramos a la sala, tras unas cervezas-fotos-palmeadas-de-espalda, Muntsa parece Edie Sedgwick paseándose por un campeonato de wrestling. Parece Boy George en medio de un rally del Ku-Klux-Klan (que diría Bill Hicks). A ver: no es que no hayan chicas: las hay. Es solo que el tipo de chicas que pueblan la sala son más del perfil pierceado, botas de escalar y tatuajes tremendos; y Muntsa pega un cierto cante.

Antes de que lo olvide: nos cachean antes de permitirnos el acceso al recinto. Y todo Nou de la Rambla está invadido por pies planos. Comprensible: para cuando abren puertas ya somos una multitud expectante. El tipo de muchedumbre arrebatada que, desde otros países y por motivos distintos, aparece en los telediarios cuando acaba de caer un gobierno totalitario y se ha apiolado a todos los tiranos. Una auténtica turba fervorosa, y dentro es aún peor. O sea, mejor. Nunca jamás de los jamases había visto el Apolo así de lleno. ¿Todas las frases hechas sobre alfileres, garbanzos, almas o pulgas que no cabrían aquí? Son aplicables. A los tres segundos he perdido a mis amigos, a los cuatro tengo la mejilla derecha apretujada dolorosamente contra una de las farolas laterales, a los cinco pierdo sensibilidad en uno de los brazos y a los seis ya me han derramado una cerveza entera por el cogote. A los siete segundos uno de mis testículos, aplastado por la masa circundante, se ha alojado en mi hombro derecho, con la intención aparente de quedarse a vivir allí para siempre. Pues esto es un ejército. Un maldito ejército, como el que hizo que el zar se manchara los pantalones en 1905.

Aparecen los cuatro Decibelios. Fray, los hermanos Alférez y el nuevo guitarrista David Ocaña. Hormigonera al fondo, el Fray con americana negra y gafas de sol, y blandiendo UNA PUTA HACHA. Ovación semidemente de virilidad enloquecida entre el público, claro. Virilidad porque (deberían haberlo imaginado) somos un 90% de tíos. Gañanes. Mastuerzos de ciudad y extrarradio, algunos de graderío y otros de squat; todos de bar (empezando por mí mismo). Los primeros acordes de “Piara indecente”, después de que Fray haya hincado el tomahawk en un tronco, me hacen temer una revuelta. Digo temer, pero quizás sería mejor decir desear. Por razones sentimentales y también (lo confieso) monetarias: aposté 50 euros con un paisano a que Decibelios jamás pasarían de la cuarta canción, que estallaría el zipizape mucho antes. Pero la riot nunca se desencadena, y la violencia física permanece ausente a lo largo de todo el espectáculo (excepto en un conato puntual que les contaré algo más abajo).



Pero eso, lo que les estaba diciendo: “Piara indecente”. Cuando llega el estribillo de la canción (“¡Paletas al poder! ¡Paletas al poder!”, aullado al unísono por más de un millar de sobreexcitados mostrencos), ya tengo la mandíbula colgante, media lengua fuera (sobre el hombro del vecino) y los puños cerrados. Porque había olvidado que el rock’n’roll era esto, y provocaba este tipo de reacciones viscerales, espasmos musculares y sobresaltos cardiovasculares. Tantos conciertos de folkies semi-parapléjicos para una audiencia de lánguidas momias chistantes me habían hecho olvidar esta posibilidad: que el rock’n’roll tenía PODER. De enfurecer, inspirar y hacerte traquetear el corazón. Demos gracias a Dios (que los poderes fácticos lo hagan) porque el Fray no se desquiciara y llamara a tomar el “achuntament”; porque esta caterva de bíceps y cejas y dientes y botas lo toman en un santiamén, vamos. Y yo con ellos, quizás tras haberme cagado ruidosamente en los pantalones (tengo tendencia a vaciarme encima en momentos de tensión callejera, por si no lo sabían).

Allá van “Local 15 Visitante 0” (berreado a pleno pulmón: “el mejor siempre será el equipo local”), “Fill de puta” y “Soc un upstart”, que es el otro himno popular de los 80’s catalanes. El griterío es ensordecedor, y a menudo me sorprendo admirando a la audiencia: abunda el pelado de la rama Oi!, mucho punk de barrio y pueblo (Vallés, Baix Llobregat, Maresme, Horta, Nou Barris y más allá) y mucha horda de grada vociferante. Barça, no haría falta decirlo: los continuados cánticos de “Puta-puta-puta Espanyol” no hallan respuesta bélica u oral alguna de ningún rincón de la sala, lo que me lleva a concluir que: a) no había ni un solo seguidor del otro equipo condal, o b) los pericos iban hábil y sabiamente disfrazados. Por cierto: la edad. Algún cenizo había insinuado que iba a ser este un concierto para viejas glorias, teniendo en cuenta la añosa edad de la banda, pero no es en absoluto así: yo situaría la media entre los veintilargos y los treintaypocos, con una quinta parte –máximo- de cuarentones descarriados y cincuentones recalcitrantes.

Llega la hora del chupito: Decibelios interrumpen el repertorio para cascarse un algo ardiente en vaso enano, mientras un aspersor de cervezas vacías vuela por los aires entre el público (Fray no cesa de hacer amago de esquivar vasos de plástico, sin duda acostumbrado a los vasos de verdad de 1985, que sí hacían pupa). La cosa continúa con la magnífica “Exploited Klimbers” (“de los kumbas desesperación”), su homenaje a la peña de trepadores colgaos que desparramaban por las paredes de Montserrat a principios de los ochenta. Pura historia secreta de Barcelona, todo esto.

Entran ahora trombones, saxofones y trompetas, y entre ellos se encuentra el Boris, el Boris de siempre, el quinto Decibelios que acompañó al grupo en todas las canciones con sección de metal. Otra cosa que había olvidado de ellos (pues las veces que canté las canciones airadas habían borrado de mi mente la parte festiva): Decibelios, lo recuerdo de sopetón cuando empieza a sonar el “Voca de Dios”, eran una gran farra. Un verbenón jolgorioso y camarillesco, de sigidop-sigidop y gafas al revés (o volando por los aires, rotas sin solución) y rodillas arriba, nuestros steps de 1988. Suenan ahora las de fiesta mayor, que son inolvidables: “Estos macarrones no están hechos” (famosa versión libre del “Angelitos negros” con nuevo mensaje anti-establishment), “Ningún nombre de mujer” (un semi-baladón de ska-pop a la altura del “Embarrassment” de Madness), la auténticamente himnal “Vacaciones en El Prat” (todos juntos ahora, lectores: “Esto no es Jamaica / Esto es el Llobregat...”) y la muy noble y audaz “Sangre dorada”, que canta como ninguna otra a nuestra imperecedera sed. Digo: sez.

La alegría sandunguera se corta en un instante, con la enfadosa aunque igualmente grande “Botas y tirantes”. Empieza el Oi!, siempre hay algún piernas demenciado que lo toma al pie de la letra, y una silla harto tocha (¿una tumbona?) aparece volando del gallinero e impacta sobre la cabeza del técnico de sonido. Así, tal cual, como se lo cuento (lo veo en tiempo real). Zum y luego un PONK sordo, amortiguado por los decibelios con d minúscula que escupen los altavoces. El Fray, comprensiblemente enojado por este ataque chalupa contra su show, interrumpe la canción e increpa al anónimo bergante (que, como era de esperar, no da la cara en ningún momento).



El estallido de Fray (“Esto es una fiesta. No queremos a esa chusma. ¿Seguridad? ¿Seguridad? ¡Los quiero fuera!”) me hace pensar en qué clase de tipo es el líder de una de las bandas emblemáticas de Barcelona. Me llenan de curiosidad su talante y personalidad, los cambios que ha experimentado su pensamiento, su pasado, las controversias de los ochenta, sus evoluciones e iluminaciones tempranas al lado de los primeros skinheads barceloneses (por desgracia, sé que Fray no es particularmente fan de hablar sobre todo ello, así que mi destino es permanecer en la inopia). Fray, sobre el escenario, es un showman consumado (no olvidemos nunca que Decibelios, o DB –como se empezaron llamando- eran en su prehistoria un grupo de shock-rock más parecido a The Tubes o Plasmatics que a Rejects, Blitz o Business), un actor del método, una especie de Alice Cooper rapado con el cuerpo fibrado de Harvey Keitel en Bad Liutenant. Fray no cesa de disfrazarse, de lanzar consignas, de dirigirse a sus tropas.

Su influjo hipnótico, asimismo, no parece tener el menor poder de convicción sobre los de seguridad, pues nadie de uniforme parece responder a los imperativos tácticos de echar “chusma” a la rue. Asumo, así, que el lanzasillas acaba yéndose de rositas de todo aquello. Un singular momento cómico: el justo lamento del chichoneado técnico no ablanda ni mucho menos a unos cuantos upstarts que se congregan a mi alrededor, y que empiezan a increpar al pobre hombre con jocosas saetas de “¡Chivaaaato! ¡Chivaaaato!”. Skins. Qué panda, en serio...

Esos mismos skins botan ahora, saludan (dedo índice en ristre, ambos brazos al aire, gol sur-style), se arrean empellones de moratón y cantan a grito pelado la ristra final de hits-mosca de Decibelios: “Viento de libertad”, “Matar o morir”, “Oi! Oi! Oi!” y, cómo no, “Kaos”, su versión del tema casi-homónimo de The 4 Skins. Ni la original ni la versión son los temas más amables o benignos de la historia del pop, vaya eso por delante, y cuando el público se une a lo de “una bota en su cara, buscando siempre lucha / botas altas con acero por si hay que patear” me da la sensación de estar en una de esas manifestaciones pacíficas que en realidad son amenazas veladas. Sí hombre: esas donde la turbamulta realiza una demostración de fuerza numérica sin escopetas en ristre ni guadañas (“venimos en son de paz”, y tal), aunque sugiriendo de forma muy sutil que en un contexto coyunturalmente favorable hablarían las armas. Lo que quiero decir es, en resumen, que, al ritmo de “Kaos” y si Fray no hubiese insistido una y otra vez en el carácter festivo de la velada, a alguien le caía una ducha de mantecaos. Mante-kaos, ja, ja (perdón por esto último).

Media hora más tarde llego a casa, sin una cerveza de más (si no contamos la que me echaron colodrillo abajo cuando los primeros empujones), habiendo perdido a todos mis amigos en la refriega pero habiendo recuperado una sartenada de emociones, y, en general: de lo más jubilante. Solo que entonces, cuando me observo en el espejo del ascensor, veo que un GIGANTESCO MOCO cruza, semi-reseco, mi mejilla derecha de un extremo a otro, como un invadeable riachuelo de verduzca secreción babosa o el piercing nariz-oreja menos deseable de la historia, y allá me sobreviene un tremendote ataque de risa (porque: ¿desde cuándo llevo esto? ¿desde la segunda canción? ¿estuve bailando ska todo el rato con un GIGANTESCO MOCO decorándome un carrillo? ¿era por eso que Muntsa me miraba de aquel modo, como medio bizqueando a ratos y tosiendo estentóreamente?), y acto seguido me acuerdo de la olla a presión que era el Apolo esa noche y lo pegaítos que estuvimos los fans durante toda la velada, y empiezo a calibrar las posibilidades de que el moco ni siquiera sea mío, sino hijo de napia extraña, y dejo de reírme de sopetón.
- ¡Boina! Sobre mi cabeza –me canto, acercando la nariz al espejo y rascando el caparazón de moco seco con la uña. Así: risc-rasc.

Fotografia de portada: Muntsa Casas
Text: Kiko Amat
Correcció: pendent

Viewing all articles
Browse latest Browse all 1519